ENTREVISTAS CON EL AUTOR
ENTREVISTA DE MAGDALENA LASALA A FERNANDO LALANA
A mí siempre me gustó inventar historias y descubrí pronto que tenía facilidad para escribir; pero realmente, yo no quería ser escritor. Yo habría querido ser arquitecto o actor de teatro pero, como tan acertadamente dijo John Lennon, la vida es lo que nos ocurre mientras hacemos otros planes. Primero, me matriculé en Derecho en lugar de hacerlo en Arquitectura. Después, cuando vi que lo del teatro no funcionaba y que, en cambio, lo que escribía me daba algún dinero y algunos premios, decidí probar con esta profesión y, afortunadamente, me ha ido bien con ella. Pero yo nunca he tenido vocación de escritor. Ya sé que decir esto queda feo. El mundo está lleno de profesores, abogados, periodistas, mecánicos o panaderos que habrían querido ser escritores; y yo, que lo he sido siempre, resulta que habría preferido ser otra cosa. Entiéndanme bien: Me considero un auténtico privilegiado por haber podido vivir de la literatura. Me encanta la vida de escritor. Es una fantástica profesión. Pero reconozco que, a estas alturas, estoy un poquito harto de escribir y me gusta cada vez menos. En otras circunstancias personales, seguramente ya habría dejado de escribir y estaría intentando vivir de otro oficio.
Un concurso escolar, con catorce años. Era el participante más joven y gané. Me convertí en el héroe de mi clase y en el objeto de la antipatía de los compañeros mayores. Lo mejor fue que, a entregar los premios vino un tal José Antonio Labordeta, que me regaló un ejemplar dedicado de su primer disco-libro "Cantar y callar" (donde me auguraba un espléndido futuro literario: Vaya ojo el de José Antonio), que guardo como oro en paño. Aunque en aquel momento lo más interesante para mí fueron los mil duros del premio, que eran una pasta gansa para la época y para alguien tan joven como yo.
Empecé con relatos para mayores que no debían de ser nada del otro mundo. Pero el verano del '81 vi las bases del concurso "Barco de Vapor" y decidí escribir un cuento infantil que mi novia tituló "El secreto de la arboleda". Quedé finalista. En la entrega de premios descubrí que existía otro concurso, el "Gran Angular" para novela juvenil, un género que yo desconocía. Leí la novela ganadora y me dije: Esto lo hago yo bastante mejor. Tuve entonces que irme a la mili pero, a la vuelta, escribí "El zulo". El día en que me llamaron para decirme que "El zulo" había obtenido el premio Gran Angular, decidí que iba a intentar ganarme la vida escribiendo. Pero no antes. Fue el 20 de febrero de 1985, hacia las nueve y cuarto de la noche. El momento exacto en que me hice escritor profesional.
Para mí, básicamente es un acto cotidiano de rebeldía. Rebeldía contra quienes piensan que escribir no puede ser un medio de vida sino siempre una actividad secundaria. Que solo están los escritores que ganan premios y tienen ventas millonarias y, por otro lado, los que se mueren de hambre o los que se toman la literatura como un pasatiempo. Hay que meter muchas horas, escribir mucho para publicar mucho, pero claro que puede ser una profesión. De modo un poco paradójico, mis personajes suelen estar llenos de dudas y casi siempre tienen una moral ambigua. Vamos, que es difícil distinguir a primera vista a los buenos de los malos. Como en la vida real, vaya.
Pues no lo sé. No creo. O no debería creerlo porque siempre he defendido que escribir para jóvenes es como escribir para cualquier otro lector. Hay quien dice que los escritores de literatura juvenil tenemos un plus de responsabilidad porque estamos creando lectores, modelando su criterio mientras que el escritor de adultos se dirige a lectores ya formados. Pero yo creo que esa responsabilidad, si existe, es de los editores que, a fin de cuentas, son quienes deciden lo que se publica y lo que no. Si eso que dices de la actitud ante la vida significa tratar de convencer a mi lectores de algo, la respuesta es rotundamente no. Yo no trato de convencer a nadie de nada. Mejor dicho, si: Intento convencer a la gente joven de dos cosas: Hay que ponerlo todo en duda y deben leer más. Un buen lector es, generalmente, alguien con criterio y alguien con más herramientas, con más armas que los demás para enfrentarse al mundo y a los malvados que la habitan.
Simplemente, con El zulo descubrí que tengo facilidad para escribir al gusto de los jóvenes -más que al de los niños o los adultos- o de algunos jóvenes, al menos. Además, los parámetros habitualmente aceptados como propios de la novela juvenil (extensión contenida, ritmo vivo, preferencia por el diálogo...) me resultan muy cómodos, muy de mi gusto. Recientemente, con el auge de la novela fantástico-épica para jóvenes, se han puesto de moda extensiones amplísimas y, a mi modo de ver, innecesarias. Eso, por no hablar de la ridiculez de que todas estas historias han de plantearse en forma de trilogía. Menos mal que a Tolkien no le dio por hacer cinco tomos del Señor de los Anillos porque si no, tendríamos las librerías llenas de pentalogías. Ahora estoy escribiendo -de encargo, por primera vez en mi vida- una novela de 300 folios y se me está haciendo interminable. Prometo no volver a caer en el error. En el doble error, en realidad. Ni tan largo, ni de encargo.
La literatura juvenil debe ser una introducción, un muestrario de las posibilidades y del atractivo arrebatador de la literatura general. Yo creo que es un error pretender que la Literatura Juvenil sea un género independiente, diferente de los demás géneros (o subgéneros) literarios. La literatura Juvenil debe participar de los demás géneros y servir de aperitivo (o de plato fuerte, pero solo en determinadas circunstancias) de las bondades de la buena novela histórica, policíaca, romántica... Lo que llamamos literatura juvenil, realmente, no responde a algo literario. Es una clasificación comercial. Un invento de las editoriales que a España llegó hace apenas tres décadas. Lo malo es que hay mucha gente, editores y también escritores, empeñados en crear un género independiente, en elaborar la receta de la novela para jóvenes (para adolescentes, más bien) y solo para ellos. Claro, comercialmente es un mercado muy atractivo. Pero ese tipo de novela juvenil no cumple su función primordial, la de crear lectores verdaderos. Crea lectores que solo consumen ese tipo de obras y a los que les cuesta muchísimo dar el salto a la literatura de verdad. Tanto, que la mayoría nunca lo hacen. Son lectores eternamente inmaduros que quieren seguir leyendo literatura infantil toda su vida porque les aterra enfrentarse a la Literatura con mayúsculas. Quienes eso pretenden desarrollan una práctica aborrecible y antinatural. Si hay justicia en este mundo, el Angel Exterminador debería acabar con ellos cuanto antes. Pero creo que no, que no hay justicia en el mundo. En el mundo editorial, digo.
Al contrario que la Literatura Juvenil que, como digo, debe participar del resto de géneros literarios, la literatura infantil yo creo que sí conforma un género propio, con sus propias claves. Diferente a los demás. Es la literatura propia de los primeros años de la vida. Hacerla bien, presenta una considerable dificultad (yo la considero mucho más difícil de elaborar que la Literatura Juvenil) pero servir, lo que se dice servir, yo creo que solamente sirve para alimentar el negocio del libro durante esos años en que aún no somos capaces de consumir literatura adulta. Además, quizá por presentar un mundo cerrado, con sus propias reglas, se presta mucho a la trampa. Hay muchísimos libros infantiles tramposos. Sobre todo, entre los que van dirigidos a niños muy pequeños. Es como el arte abstracto, donde distinguir lo bueno de la tomadura de pelo, a veces es muy difícil. Insisto, pues: la literatura Infantil se dirige al niño hasta los 10-11 años y se agota en sí misma. La Literatura juvenil se dirige a todos, a partir de los 11-12 años, se prolonga hacia la literatura general y forma parte de ella. Esa sería la principal diferencia.
No tengo ni idea. Le preguntaré mi psicólogo de cabecera, a ver qué opina. Seguro que los buenos cuentos infantiles proporcionan a los niños una serie de beneficios a la hora de la formación de su personalidad y tal. Vamos, digo yo. Lo que sí tengo claro es que la literatura infantil no produce lectores. El lector se hace en la adolescencia. Estamos hartos de ver niños que devoran libros infantiles durante la niñez y que, al llegar a la adolescencia, dejan radicalmente de leer. ¿Por qué? Porque descubren que lo que les gusta son los cuentos infantiles, no los libros en general. Creían que los libros de mayores eran como los cuentos infantiles, pero más largos. Claro, se llevan un chasco y lo dejan para siempre. Curiosamente, también hay casos -menos- en que ocurre lo contrario: malos lectores de niños que, al descubrir la literatura adulta dicen: ¡Caramba, esto sí que está bien! Y se ponen a leer. En todo caso, la adolescencia es el tiempo en el que se crean o se pierden los lectores. El momento en que se toma la decisión de si esto de leer te gusta de verdad o no, igual que has de decidir si te gustan los chicos o las chicas, el cine o los toros. Ya no puedes seguir leyendo Barcos de Vapor (no porque no puedas sino porque te sientes ridículo) y las opciones son dar el salto a la Literatura General o saltar al vacío. En este salto es donde la buena literatura juvenil puede echar una mano, sobre todo para ayudar al adolescente a madurar en sus preferencias y a perfilar su propio criterio. Claro que también se puede pasar directamente a Dostoievski sin el escalón intermedio de la Literatura Juvenil, pero es más raro. Desde luego, los que no ayudan nada en este trance son esos libros hechos con receta, a la medida de adolescentes que no quieren dejar de serlo nunca.
Como bien dices, hay libros (o mejor, autores) que han influido en mi forma de escribir y otros que han influido en mi forma de ser. Son muchos. Mencionaré solo unos pocos: Entre los primeros, Conan Doyle, Emilio Salgari, Verne, Poe. También los grandes de la Ciencia-Ficción clásica, a la que fui muy aficionado durante varios años: Heinlein, Asimov, Lovecraft y, sobre todo, Clarke y Bradbury.
Pero la influencia más profunda viene de gente como Miguel Mihura, Jorge Llopis, Tono, Álvaro de Laiglesia y, sobre todo, Enrique Jardiel Poncela. Con Jardiel aprendí a reírme de cosas diferentes. Cambió mi sentido del humor. Y creo que el sentido del humor es lo que más define el carácter de una persona. En casa de mis padres se compró La Codorniz hasta el último número.
No. No debería haberlo. Pero, ya digo, hay gente empeñada en fabricarlo. Lo que sí está tácitamente aceptado es que la literatura juvenil tiene una serie de características que conviene seguir, aunque no sean de obligado cumplimiento ni mucho menos. La extensión, la cadencia, la aparición de personajes jóvenes... Yo creo que lo más significativo es la ausencia de "relleno", de "paja". Yo siempre digo que la Literatura es como el jamón. Y que la literatura juvenil es como jamón sin tocino. Los paladares más refinados prefieren el jamón, pero los jóvenes, en general, prefieren quitar el tocino. También hay gente a la que le gusta más el tocino que el jamón, pero a esos no hay que hacerles caso.
Fundamentalmente, los que he mencionado antes: Además de los propios de la literatura en general, servir de introducción, de clara muestra de las maravillas que la literatura puede ofrecer a aquellos que se decidan a ser buenos lectores y ayudarles a empezar a crear su propio criterio literario. La literatura juvenil no debe ser un fin sino un medio, algo instrumental. Un medio de ganar lectores para la causa de la literatura general. Una literatura juvenil que solo gana lectores para la literatura juvenil me merece el mayor de los desprecios.
Quiero pensar que los buenos lectores jóvenes prefieren la literatura de género. Los del montón, en este momento prefieren lo fantástico, porque está de moda, aunque en otras circunstancias pueden apreciar otras formas de literatura. Los lectores malos, leen exclusivamente género fantástico porque es el que más les acerca a su añorada literatura infantil. Y no quieren salir de él.
Los adolescentes -hablo en general- no reflexionan sobre la vida. Ni a través de los libros ni a través de la propia vida. Pero, vamos, esto es así y así ha sido siempre. Pero lo que lees en los libros en algún rincón de la mente permanece, esperando que llegue el momento de ser utilizado.
Parece ser un signo de nuestro tiempo. Se leen menos libros, pero los best-sellers venden más que nunca. Pero hablar de "fenómenos como el de Harry Potter" es hablar de nada, porque Potter ha sido un fenómeno de dimensiones únicas y difícilmente repetible. Si no fuera por su dimensión (o sea, por el número increíble de ventas que ha generado) Potter sería un buen ejemplo de esos libros de los que hablaba antes, para mí despreciables, que no crean lectores, que se agotan en sí mismos. Terminada la saga, los lectores de Harry Potter se sienten huérfanos. La inmensa mayoría no conciben ponerse a leer otros libros. Algunos prueban con los abundantes imitadores del fenómeno y enseguida se dan cuenta de que no es lo mismo y lo dejan.
Pero el éxito ha sido de tal magnitud que hay que rendirse a la evidencia. Harry Potter es un libro inteligente (que no es lo mismo que un libro para lectores inteligentes) y literariamente digno. Mucho más que cualquiera de sus imitadores, que yo sepa.
Escribo mucho peor de lo que me gustaría; eso, para empezar. Sin embargo, voy aprendiendo y en veinte o veinticinco años espero hacerlo razonablemente bien.
Pero, desde luego, sí escribo cuando quiero, cuanto quiero, sobre lo que quiero. No sigo modas ni trato de hacer libros al hilo de los temas de actualidad porque lo encuentro estúpido. No acepto condiciones. Primero, escribo y, una vez terminado el original, busco editor para él. Siempre ha sido así... hasta ahora. Como decía al principio, he roto esa norma hace muy pocos meses y estoy escribiendo mi primera novela de encargo. Pero, vaya, las condiciones que me he dejado imponer se reducen al plazo de entrega, la extensión aproximada y haber tenido que enviar por adelantado un resumen y un capítulo de muestra. Ni siquiera pertenece al género que los editores me habían insinuado.
Entre escribir para adultos y escribir para adolescentes, la diferencia es muy poca. Como decía antes, fundamentalmente consiste en quitar el tocino y que las escenas de sexo queden razonablemente disimuladas (es que la mayoría de las grandes editoriales del sector son de curas y las que no lo son, lo parecen).
Cuando se escribe para niños, la cosa cambia. Con los de tercer ciclo de primaria (10-12 años) aún son útiles las armas propias del escritor. De ahí para abajo, la cosa se complica progresivamente. Y cuando se trata de dirigirse a niños pequeños, cambia muchísimo. Hacer un cuento para primerísimos lectores es harto complicado para quien no tiene facilidad natural. No digamos, cuando se trata de hacer cuentos para niños aún más pequeños, de esos cuentos que los padres les leen a sus hijos a la hora de dormir. No tiene nada, pero nada que ver con los libros de adultos y son abundantísimos los casos de escritores consagrados que se han dado el batacazo intentando escribir un cuento infantil. La única verdadera ventaja de escribir para niños es que los originales son muy cortitos y se acaba pronto.
No por adelantado. Enseguida aprendí a no crearme expectativas ante la aparición de mis libros, sabiendo que el éxito suele llegar de modo inesperado. Pero una cierta dosis de éxito de cuando en cuando es indispensable para seguir adelante en una profesión como esta. Como decía Pilar Miró, esto se hace para que la gente te quiera. Y si no tienes la recompensa del reconocimiento de cuando en cuando, esta profesión no tiene ni la mitad de gracia.
Por supuesto, cuando el éxito ha llegado y, sobre todo, cuando me ha llegado de modo un tanto apabullante, como me ocurrió con Morirás en Chafarinas, le doy muchas vueltas: ¿Qué ha pasado? ¿Lo mereces? ¿Qué te va a exigir ese éxito en el futuro? Y más cosas.
Tengo el convencimiento de que la gente se acerca al arte, a las artes, en busca de lo extraordinario, nunca de lo vulgar, de lo corriente. Nadie va al cine para ver lo que se ve por la ventana de su casa. La gente va al cine o al teatro o lee un libro para asistir a un espectáculo extraordinario. Algo que la vida le niega. Todos los géneros literarios, todos, se apoyan en lo extraordinario. Incluso el realismo más feroz. Si la gente busca esa componente extraordinaria porque necesita huir de la realidad o porque quiere comprenderla mejor o por alguna otra razón, es algo que yo ignoro.
Rotundamente, no. Vaya, salvo que consideremos la novelita de quiosco como un género literario propio. En todos los géneros literarios se puede ser desde lamentablemente pedestre a exquisitamente críptico, pasando por razonablemente asequible. Los géneros no tienen nada que ver ni con la calidad ni con la facilidad para su asimilación. En cierta ocasión, un conocido autor de novela fantástica defendía que la fantasía era "el género literario por excelencia, ya que también es por excelencia el territorio de la máxima imaginación". Le pregunté entonces si creía que sus novelas de ogros y dragones eran más imaginativas que las novelas de Sherlock Holmes y tuvo la desfachatez de responderme que sí. Casi llegamos a las manos.
Escribo para el entretenimiento del lector, sí. Para demostrarle al lector en potencia que la lectura puede ser tan atractiva como otras formas de ocio. Escribo intentando ganar lectores para la causa de la literatura. Esa es mi primera intención. Dicho esto, en casi todos mis libros necesito que haya algo más que una historia. No sé definirlo mejor, pero necesito que mis libros hablen de "algo". Tiene que haber "algo" que sustente la historia más allá de la mera sucesión de acontecimientos, del mero argumento.
Pero cuando pienso en una novela "con mensaje", pienso siempre en que su autor, con ese mensaje, está tratando de convencer a sus lectores de que piensen como él. De decirles qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. Ese tipo de autores a mí me parecen siempre sospechosos, cuando no peligrosos. Quiero que mis lectores -si lo desean- mediten sobre mis historias y mis personajes, que mis libros les ofrezcan algo sobre lo que pensar. Pero quiero que saquen sus propias conclusiones porque creo que uno de los principales valores de la literatura es su capacidad para crear inquietudes, sembrar la duda y desarrollar un criterio propio en los lectores.
Esta es fácil. Durante muchos años, lo principal, la base de todo, era el tema, el argumento. En los últimos tiempos ha ido ganando importancia el personaje, los personajes. Y la época siempre me ha sido indiferente, aunque prefiero la contemporánea por comodidad. O sea, por vagancia. Requiere menos documentación. En ocasiones la elijo por capricho. A veces, ni siquiera tengo claro en qué época se desarrolla una determinada novela. Incluso me divierte crear anacronismos deliberados. La mayoría de mis libros escritos en colaboración con José Mª Almárcegui se desarrollan en los años '60 del siglo pasado, porque él lo prefiere así.
Para no caer en una bronca como la que tuve con aquel autor, voy a suponer que me opones realidad a fantasía y no realidad a imaginación. Aclarado esto, la fantasía está presente en algunos de mis libros infantiles (no demasiados), en forma sobre todo, de personajes de índole fantástica (hadas, dragones, espectros...) pero prácticamente ausente en mis novelas para adolescentes y jóvenes, que se desarrollan básicamente sobre parámetros realistas y verosímiles pero, al mismo tiempo, están llenas de personajes y de acontecimientos extraordinarios, que no fantásticos.
Debe tener personajes atractivos, no necesariamente de la edad de los lectores. Debe contar una historia apasionante, con un trasfondo importante y poderoso que la sustente. Debe estar suficientemente documentada, no vaya a pensar el lector que lo tomas por tonto. Debe arrancar de un modo tal que ya desde la primera página el lector se sienta enganchado irremisiblemente y se rinda sin condiciones al engaño literario; debe continuar cada vez mejor, con más y más ingredientes de interés, servidos a un ritmo adecuado, ni lento ni atropellado, que impida al lector abandonar la lectura ni para ir a mear; debe terminar en el momento justo, de una forma sorprendente, redonda y contundente, respondiendo a todas las expectativas y abriendo nuevas posibilidades por si el lector quiere ir por su cuenta aún más allá.
Vamos, como cualquier otro libro.
Yo nunca lo he conseguido, pero estoy en ello.
Al terminar cada obra, siempre pienso que es la mejor que he escrito hasta entonces o, al menos, que es lo mejor que soy capaz de hacer en ese momento de mi vida. Luego, la marcha comercial y otras circunstancias, hacen que tenga predilección por ciertos títulos. Aunque tengo cuentos infantiles a los que les debo muchísimo, mis obras favoritas están entre las novelas juveniles.
Ya he contado que con "El zulo" me hice escritor. Gran parte de lo que soy se lo debo a "Morirás en Chafarinas". Me gustan especialmente las que he hecho a medias con otros amigos. "Hubo una vez otra guerra" con Luis Puente, creo que es mi novela de mayor altura literaria. "Los hijos del Trueno" creo que es el mejor argumento que me ha proporcionado José María Almárcegui. Redonda, divertida, cáustica y simbólica como ninguna. De las escritas en el último lustro me quedaría con dos: Una que se vende como churros y responde muy bien a la idea que tengo de lo que debe ser una novela juvenil: "La Tuneladora"; y otra que no vende ni un clavel pero a la que considero mi mejor novela de intriga: "La muerte del cisne".
Yo creo que el principal error es el de hablar de "Literatura infantil y juvenil", como si fuera un conjunto. Me remito a lo dicho antes sobre la diferencia ente literatura infantil y novela juvenil. Pero, claro, comercialmente funciona de este modo. La mayoría de las editoriales del sector se mueven en ambos campos (y no lo hacen en el de la literatura general o de adultos) y, por tanto, la oferta en las librerías siempre está separada del resto. Mal asunto.
Dentro de la profesión, los autores del infantil y juvenil seguimos siendo considerados autores de segunda. Cualquier ciudadano que ha publicado una novela para mayores patrocinado por la Casa de Cultura de su pueblo, pasa de inmediato a mirar por encima del hombro a Agustín Fernández Paz (por mencionar a nuestro último Premio Nacional). El que tiene éxito, porque lo tiene. El que no vende nada, porque se considera un autor "de culto"; pero todos los escritores de adultos -hay escasas, honrosas excepciones- nos consideran unos pelagatos. Todos creen que, si se lo propusieran, escribirían cuentos y novelas juveniles magníficos. Pero, claro, no van a rebajarse de esa manera. Ellos son autores serios.
La verdad es que no creo que los héroes literarios hayan sido nunca modelos de comportamiento o de formación del carácter de las personas. Ni siquiera Sancho o Quijote. No digamos Sandokán o Holmes o tantos otros. Y si lo son en alguna medida, creo que los actuales son tan válidos como los clásicos. Potter, ya que hablábamos antes de él, tiene todos los rasgos del héroe literario de toda la vida.
Insisto: Creo que las características que hacen a un personaje atractivo para los lectores y que le acercan al patrón de héroe y modelo, no han cambiado en absoluto. Solo estéticamente hay diferencias, como es lógico. Hay quien dice que ahora los malvados les ganan la partida a los héroes "buenos" en las preferencias de los lectores. Quien eso dice, no tiene ni idea. Basta echar un vistazo a la historia de la literatura (o del cine) para comprobar que las cosas han sido siempre más o menos igual.
En la escuela -la enseñanza Primaria- se da suficiente importancia a la lectura, lo cual, ya he dicho, supongo que es un buen elemento educativo. Por desgracia, los chavales ahora salen del colegio a los once años y la etapa crítica de la primera adolescencia (incluida en ella la posibilidad de que se aficionen a la lectura) se vive en el instituto, en el primer ciclo de Secundaria. Ahí, los profesores lo van haciendo cada vez mejor, actuando con la lectura de manera muy parecida a la escuela primaria, pero ha habido años muy malos cuando se implantó el actual sistema. Al menos para este tema, sería mucho mejor que los chicos, como ocurría antes, permaneciesen en la escuela hasta los 13 años y pasasen al instituto a los 14. En todo caso, la responsabilidad de los profesores en este asunto está muy clara: Tienen que elegir muy bien los libros recomendados. La lectura no es un hábito. Es una afición. Para aficionarse, los adolescentes deben leer libros buenos que, además, les sean atractivos. No me sirve el libro fácil y atractivo pero carente de calidad ni el libro de gran calidad pero poco atractivo para ellos. Cuando sean lectores ya elegirán por sí mismos pero, a la hora de intentar que se aficionen a la lectura, hay que ser escrupuloso e inteligente en la selección de obras. Es una enorme responsabilidad.
Como acabo de decir, la lectura no es un hábito sino una afición. Un hábito es lavarse los dientes cada día. A nadie le entusiasma, pero hay que acostumbrarse. A la lectura, al cine, a la música... hay que aficionarse. Casi nadie se aficiona a la música escuchando una ópera a diario. Lo más probable es que, al contrario, la aborrezca pronto. Con la lectura pasa lo mismo. No se trata de acostumbrarse a leer sino de aficionarse a leer. Y uno se aficiona a leer leyendo buenos libros que, además, le resulten atractivos.
Esto aparte, todos damos por sentado que en una casa donde hay muchos libros, donde se aprecian los libros, donde los padres se muestran a sus hijos con frecuencia leyendo libros, probablemente es más fácil que los hijos se aficionen a la lectura que en un hogar donde ocurre todo lo contrario. Pero en este caso, las excepciones son abundantes. No hay que olvidar que los niños, y especialmente los adolescentes, son especialistas en llevar la contraria, así que no es raro que hagan lo contrario de lo que ven en su casa. Solo por fastidiar.
No se me había ocurrido pensar que la televisión tenga ninguna influencia, ni para bien ni para mal, sobre los modelos de lectura. Todavía hay gente que piensa que en España se lee poco por culpa de la televisión. Me parece de una ingenuidad enternecedora. Si la televisión ha influido algo en nuestra afición a la lectura, seguramente ha sido para bien.
Pasada la época de las "versiones adaptadas", lo cierto es que la mayoría de los llamados "clásicos juveniles" (no digamos, los clásicos-clásicos) resultan infumables para los adolescentes y escasamente apropiados para cultivar la afición a la lectura. Yo salvaría algunas de las novelas de Julio Verne y la mayoría de las novelas de Emilio Salgari, especialmente, las historias de Sandokán y compañía. Un prodigio injustamente olvidado.
Ya digo que la época de las versiones pasó a la historia. Podían cumplir la condición de resultar atractivas, pero su calidad dejaba mucho que desear. "Los tres mosqueteros" en ciento veinte páginas ni son los tres mosqueteros ni es nada. Hoy en día hay abundantísimos recambios mejores para esas novelas versionadas. Uno de los grandes problemas de la literatura actual, el exceso de publicaciones, tiene también su parte buena: Hay muchísimo donde elegir.
La relación del cine con la literatura es muy conocida. Lo más habitual es la adaptación al cine de libros de gran éxito. Ahí, el principal beneficiado es el cine, aunque hay una realimentación mutua que también favorece al libro. A veces, una película de cierto éxito atrae la atención sobre un libro que estaba pasando desapercibido. En el caso de la literatura juvenil ocurre lo mismo, aunque quizá ejemplos de lo segundo, en que el cine haya ayudado significativamente a un libro bueno pero poco conocido, sean muy escasos.
En nuestro país la adaptación al cine de obras infantiles y juveniles es escasísima. Entre los compañeros de profesión sigo siendo el único al que le han llevado al cine una novela en una película realmente comercial. Y no olvidemos que "Morirás en Chafarinas", en realidad, era una película para mayores.
Yo creo que la afición a la lectura no es independiente de los soportes que se utilicen. No hay que olvidar que la lectura es una afición minoritaria en relación a la música, el cine, el deporte o, incluso, otras formas de ocio como los videojuegos. Eso supone una mayor resistencia a los cambios. Por un lado, el mercado de la lectura es menos atractivo para las grandes corporaciones, ya que tiene una dimensión menor. Por otro, el lector es más elitista, se considera parte de un "club" más selecto que el de los aficionados al fútbol o al cine y, por tanto, es más reacio a cambiar sus señas de identidad. Una de las señas de identidad de los aficionados a la lectura es el libro en papel. El libro electrónico presenta algunas grandes ventajas pero, en conjunto, resulta mucho menos atractivo. Carece de encanto. Leer sobre papel te hace sentirte parte de una especie de sociedad secreta. No hay verdaderamente un deseo de innovación permanente, de estar a la última, como en otros campos. Para la mayoría de los lectores, el libro de papel es el soporte perfecto e inmejorable.
Casi todos los días recibo correos electrónicos de lectores y, de cuando en cuando, incluso alguna carta en papel. Las respondo todas, por supuesto. Pero no, nunca me han dado una buena idea para un libro. Tampoco mis hijas. Hay compañeros que aseguran que sí, que sus hijos han sido fuente de inspiración. Yo he mantenido y mantengo a la familia muy al margen de las historias que escribo.
Pues yo espero que busque pasarlo bien, sorprenderse, aprender alguna cosilla que no supiera, divertirse... vaya, lo que todo lector pretende de la lectura: jugar al juego literario con el autor. Cuando aciertas con el libro elegido es muy, muy satisfactorio, aunque muchos no lo crean.
La calidad, para mí, es irrenunciable. Eso no quiere decir que mis libros sean de gran calidad. Quiere decir que no me conformo más que con hacerlo todo lo bien que soy capaz en cada momento. El "enganchar" al lector desde la primera página y llevarlo conmigo a donde quiero también me obsesiona, pero algo menos. Si he de sacrificar algo, sacrifico esto segundo.
En esa novela de encargo de la que hablaba al principio. Si todo va bien, saldrá a la venta la próxima primavera, para el 23 de abril, digo yo. Es una policíaca con algunos elementos inquietantes o inexplicables. Para ser de encargo, me gusta cómo está quedando. Pero esto de trabajar contra reloj, me mata. No lo haré más. ¡Ah! Se titula "El círculo hermético" y, como muchas otras de las mías, parte de una idea de José Mª Almárcegui. ¿La siguiente? Ya veremos. Tengo dos o tres cosas a medias pero quizá me decida por empezar con una historia nueva, a la que llevo años dándole vueltas, que se desarrolla en la II Guerra Mundial. Y esta vez, sin ningún editor pinchándome en el culo.
Yo creo que no hay nada más atractivo que lo misterioso y nada más satisfactorio que resolver un misterio. Si debo cargar las tintas en algo, las cargo en el misterio, sin duda. Pero aquí también es muy fácil ser tramposo.
Yo siempre regalo libros, así que empiezo por esos de plástico o de esponja que se usan en la bañera. Luego, cuando empiezan a leer, la oferta es muy amplia y aumenta continuamente pero uno que siempre cae, tarde o temprano es "El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza". A ciertas edades, lo escatológico es infalible.
"Lo que vas a presumir cuando tus amigos te vean con ese libro debajo del brazo, chaval"
¿Cuándo considera que sintió el deseo de la Escritura? ¿Hay algún momento en su infancia que esté relacionado con esa certeza que a veces se tiene de "ser escritor"?
A mí siempre me gustó inventar historias y descubrí pronto que tenía facilidad para escribir; pero realmente, yo no quería ser escritor. Yo habría querido ser arquitecto o actor de teatro pero, como tan acertadamente dijo John Lennon, la vida es lo que nos ocurre mientras hacemos otros planes. Primero, me matriculé en Derecho en lugar de hacerlo en Arquitectura. Después, cuando vi que lo del teatro no funcionaba y que, en cambio, lo que escribía me daba algún dinero y algunos premios, decidí probar con esta profesión y, afortunadamente, me ha ido bien con ella. Pero yo nunca he tenido vocación de escritor. Ya sé que decir esto queda feo. El mundo está lleno de profesores, abogados, periodistas, mecánicos o panaderos que habrían querido ser escritores; y yo, que lo he sido siempre, resulta que habría preferido ser otra cosa. Entiéndanme bien: Me considero un auténtico privilegiado por haber podido vivir de la literatura. Me encanta la vida de escritor. Es una fantástica profesión. Pero reconozco que, a estas alturas, estoy un poquito harto de escribir y me gusta cada vez menos. En otras circunstancias personales, seguramente ya habría dejado de escribir y estaría intentando vivir de otro oficio.
¿Cuál fue su primera experiencia literaria?
Un concurso escolar, con catorce años. Era el participante más joven y gané. Me convertí en el héroe de mi clase y en el objeto de la antipatía de los compañeros mayores. Lo mejor fue que, a entregar los premios vino un tal José Antonio Labordeta, que me regaló un ejemplar dedicado de su primer disco-libro "Cantar y callar" (donde me auguraba un espléndido futuro literario: Vaya ojo el de José Antonio), que guardo como oro en paño. Aunque en aquel momento lo más interesante para mí fueron los mil duros del premio, que eran una pasta gansa para la época y para alguien tan joven como yo.
¿Por qué, o cómo se decantó por el género Juvenil / Infantil?
Empecé con relatos para mayores que no debían de ser nada del otro mundo. Pero el verano del '81 vi las bases del concurso "Barco de Vapor" y decidí escribir un cuento infantil que mi novia tituló "El secreto de la arboleda". Quedé finalista. En la entrega de premios descubrí que existía otro concurso, el "Gran Angular" para novela juvenil, un género que yo desconocía. Leí la novela ganadora y me dije: Esto lo hago yo bastante mejor. Tuve entonces que irme a la mili pero, a la vuelta, escribí "El zulo". El día en que me llamaron para decirme que "El zulo" había obtenido el premio Gran Angular, decidí que iba a intentar ganarme la vida escribiendo. Pero no antes. Fue el 20 de febrero de 1985, hacia las nueve y cuarto de la noche. El momento exacto en que me hice escritor profesional.
¿Escribir es un acto de rebeldía, o de búsqueda, o de curiosidad...? ¿qué actitud vital plasma en su escritura?
Para mí, básicamente es un acto cotidiano de rebeldía. Rebeldía contra quienes piensan que escribir no puede ser un medio de vida sino siempre una actividad secundaria. Que solo están los escritores que ganan premios y tienen ventas millonarias y, por otro lado, los que se mueren de hambre o los que se toman la literatura como un pasatiempo. Hay que meter muchas horas, escribir mucho para publicar mucho, pero claro que puede ser una profesión. De modo un poco paradójico, mis personajes suelen estar llenos de dudas y casi siempre tienen una moral ambigua. Vamos, que es difícil distinguir a primera vista a los buenos de los malos. Como en la vida real, vaya.
¿Cree que hay un actitud ante la vida que se proyecta especialmente en la creación para jóvenes?
Pues no lo sé. No creo. O no debería creerlo porque siempre he defendido que escribir para jóvenes es como escribir para cualquier otro lector. Hay quien dice que los escritores de literatura juvenil tenemos un plus de responsabilidad porque estamos creando lectores, modelando su criterio mientras que el escritor de adultos se dirige a lectores ya formados. Pero yo creo que esa responsabilidad, si existe, es de los editores que, a fin de cuentas, son quienes deciden lo que se publica y lo que no. Si eso que dices de la actitud ante la vida significa tratar de convencer a mi lectores de algo, la respuesta es rotundamente no. Yo no trato de convencer a nadie de nada. Mejor dicho, si: Intento convencer a la gente joven de dos cosas: Hay que ponerlo todo en duda y deben leer más. Un buen lector es, generalmente, alguien con criterio y alguien con más herramientas, con más armas que los demás para enfrentarse al mundo y a los malvados que la habitan.
¿Por qué o para qué escribir para jóvenes?
Simplemente, con El zulo descubrí que tengo facilidad para escribir al gusto de los jóvenes -más que al de los niños o los adultos- o de algunos jóvenes, al menos. Además, los parámetros habitualmente aceptados como propios de la novela juvenil (extensión contenida, ritmo vivo, preferencia por el diálogo...) me resultan muy cómodos, muy de mi gusto. Recientemente, con el auge de la novela fantástico-épica para jóvenes, se han puesto de moda extensiones amplísimas y, a mi modo de ver, innecesarias. Eso, por no hablar de la ridiculez de que todas estas historias han de plantearse en forma de trilogía. Menos mal que a Tolkien no le dio por hacer cinco tomos del Señor de los Anillos porque si no, tendríamos las librerías llenas de pentalogías. Ahora estoy escribiendo -de encargo, por primera vez en mi vida- una novela de 300 folios y se me está haciendo interminable. Prometo no volver a caer en el error. En el doble error, en realidad. Ni tan largo, ni de encargo.
¿Qué claves, a su juicio, debe conservar la Literatura Juvenil?
La literatura juvenil debe ser una introducción, un muestrario de las posibilidades y del atractivo arrebatador de la literatura general. Yo creo que es un error pretender que la Literatura Juvenil sea un género independiente, diferente de los demás géneros (o subgéneros) literarios. La literatura Juvenil debe participar de los demás géneros y servir de aperitivo (o de plato fuerte, pero solo en determinadas circunstancias) de las bondades de la buena novela histórica, policíaca, romántica... Lo que llamamos literatura juvenil, realmente, no responde a algo literario. Es una clasificación comercial. Un invento de las editoriales que a España llegó hace apenas tres décadas. Lo malo es que hay mucha gente, editores y también escritores, empeñados en crear un género independiente, en elaborar la receta de la novela para jóvenes (para adolescentes, más bien) y solo para ellos. Claro, comercialmente es un mercado muy atractivo. Pero ese tipo de novela juvenil no cumple su función primordial, la de crear lectores verdaderos. Crea lectores que solo consumen ese tipo de obras y a los que les cuesta muchísimo dar el salto a la literatura de verdad. Tanto, que la mayoría nunca lo hacen. Son lectores eternamente inmaduros que quieren seguir leyendo literatura infantil toda su vida porque les aterra enfrentarse a la Literatura con mayúsculas. Quienes eso pretenden desarrollan una práctica aborrecible y antinatural. Si hay justicia en este mundo, el Angel Exterminador debería acabar con ellos cuanto antes. Pero creo que no, que no hay justicia en el mundo. En el mundo editorial, digo.
¿Qué diferencia existe entre la Literatura Juvenil y la Infantil?
Al contrario que la Literatura Juvenil que, como digo, debe participar del resto de géneros literarios, la literatura infantil yo creo que sí conforma un género propio, con sus propias claves. Diferente a los demás. Es la literatura propia de los primeros años de la vida. Hacerla bien, presenta una considerable dificultad (yo la considero mucho más difícil de elaborar que la Literatura Juvenil) pero servir, lo que se dice servir, yo creo que solamente sirve para alimentar el negocio del libro durante esos años en que aún no somos capaces de consumir literatura adulta. Además, quizá por presentar un mundo cerrado, con sus propias reglas, se presta mucho a la trampa. Hay muchísimos libros infantiles tramposos. Sobre todo, entre los que van dirigidos a niños muy pequeños. Es como el arte abstracto, donde distinguir lo bueno de la tomadura de pelo, a veces es muy difícil. Insisto, pues: la literatura Infantil se dirige al niño hasta los 10-11 años y se agota en sí misma. La Literatura juvenil se dirige a todos, a partir de los 11-12 años, se prolonga hacia la literatura general y forma parte de ella. Esa sería la principal diferencia.
¿Cómo influyen en la formación de un joven sus lecturas de infancia?
No tengo ni idea. Le preguntaré mi psicólogo de cabecera, a ver qué opina. Seguro que los buenos cuentos infantiles proporcionan a los niños una serie de beneficios a la hora de la formación de su personalidad y tal. Vamos, digo yo. Lo que sí tengo claro es que la literatura infantil no produce lectores. El lector se hace en la adolescencia. Estamos hartos de ver niños que devoran libros infantiles durante la niñez y que, al llegar a la adolescencia, dejan radicalmente de leer. ¿Por qué? Porque descubren que lo que les gusta son los cuentos infantiles, no los libros en general. Creían que los libros de mayores eran como los cuentos infantiles, pero más largos. Claro, se llevan un chasco y lo dejan para siempre. Curiosamente, también hay casos -menos- en que ocurre lo contrario: malos lectores de niños que, al descubrir la literatura adulta dicen: ¡Caramba, esto sí que está bien! Y se ponen a leer. En todo caso, la adolescencia es el tiempo en el que se crean o se pierden los lectores. El momento en que se toma la decisión de si esto de leer te gusta de verdad o no, igual que has de decidir si te gustan los chicos o las chicas, el cine o los toros. Ya no puedes seguir leyendo Barcos de Vapor (no porque no puedas sino porque te sientes ridículo) y las opciones son dar el salto a la Literatura General o saltar al vacío. En este salto es donde la buena literatura juvenil puede echar una mano, sobre todo para ayudar al adolescente a madurar en sus preferencias y a perfilar su propio criterio. Claro que también se puede pasar directamente a Dostoievski sin el escalón intermedio de la Literatura Juvenil, pero es más raro. Desde luego, los que no ayudan nada en este trance son esos libros hechos con receta, a la medida de adolescentes que no quieren dejar de serlo nunca.
Las lecturas hablan de nosotros y conforman también nuestro carácter. ¿Habría alguna lectura que usted destacaría especialmente que haya influido en su escritura?
Como bien dices, hay libros (o mejor, autores) que han influido en mi forma de escribir y otros que han influido en mi forma de ser. Son muchos. Mencionaré solo unos pocos: Entre los primeros, Conan Doyle, Emilio Salgari, Verne, Poe. También los grandes de la Ciencia-Ficción clásica, a la que fui muy aficionado durante varios años: Heinlein, Asimov, Lovecraft y, sobre todo, Clarke y Bradbury.
Pero la influencia más profunda viene de gente como Miguel Mihura, Jorge Llopis, Tono, Álvaro de Laiglesia y, sobre todo, Enrique Jardiel Poncela. Con Jardiel aprendí a reírme de cosas diferentes. Cambió mi sentido del humor. Y creo que el sentido del humor es lo que más define el carácter de una persona. En casa de mis padres se compró La Codorniz hasta el último número.
¿Cree que hay un lenguaje propio para la Literatura Juvenil?
No. No debería haberlo. Pero, ya digo, hay gente empeñada en fabricarlo. Lo que sí está tácitamente aceptado es que la literatura juvenil tiene una serie de características que conviene seguir, aunque no sean de obligado cumplimiento ni mucho menos. La extensión, la cadencia, la aparición de personajes jóvenes... Yo creo que lo más significativo es la ausencia de "relleno", de "paja". Yo siempre digo que la Literatura es como el jamón. Y que la literatura juvenil es como jamón sin tocino. Los paladares más refinados prefieren el jamón, pero los jóvenes, en general, prefieren quitar el tocino. También hay gente a la que le gusta más el tocino que el jamón, pero a esos no hay que hacerles caso.
¿Qué objetivos debe perseguir escribir para los jóvenes?
Fundamentalmente, los que he mencionado antes: Además de los propios de la literatura en general, servir de introducción, de clara muestra de las maravillas que la literatura puede ofrecer a aquellos que se decidan a ser buenos lectores y ayudarles a empezar a crear su propio criterio literario. La literatura juvenil no debe ser un fin sino un medio, algo instrumental. Un medio de ganar lectores para la causa de la literatura general. Una literatura juvenil que solo gana lectores para la literatura juvenil me merece el mayor de los desprecios.
¿Los jóvenes lectores de hoy prefieren géneros fantásticos o realistas? ¿Reflexionan sobre la vida a través de la Literatura?
Quiero pensar que los buenos lectores jóvenes prefieren la literatura de género. Los del montón, en este momento prefieren lo fantástico, porque está de moda, aunque en otras circunstancias pueden apreciar otras formas de literatura. Los lectores malos, leen exclusivamente género fantástico porque es el que más les acerca a su añorada literatura infantil. Y no quieren salir de él.
Los adolescentes -hablo en general- no reflexionan sobre la vida. Ni a través de los libros ni a través de la propia vida. Pero, vamos, esto es así y así ha sido siempre. Pero lo que lees en los libros en algún rincón de la mente permanece, esperando que llegue el momento de ser utilizado.
¿Cómo ve los boom literarios, tipo Harry Potter?
Parece ser un signo de nuestro tiempo. Se leen menos libros, pero los best-sellers venden más que nunca. Pero hablar de "fenómenos como el de Harry Potter" es hablar de nada, porque Potter ha sido un fenómeno de dimensiones únicas y difícilmente repetible. Si no fuera por su dimensión (o sea, por el número increíble de ventas que ha generado) Potter sería un buen ejemplo de esos libros de los que hablaba antes, para mí despreciables, que no crean lectores, que se agotan en sí mismos. Terminada la saga, los lectores de Harry Potter se sienten huérfanos. La inmensa mayoría no conciben ponerse a leer otros libros. Algunos prueban con los abundantes imitadores del fenómeno y enseguida se dan cuenta de que no es lo mismo y lo dejan.
Pero el éxito ha sido de tal magnitud que hay que rendirse a la evidencia. Harry Potter es un libro inteligente (que no es lo mismo que un libro para lectores inteligentes) y literariamente digno. Mucho más que cualquiera de sus imitadores, que yo sepa.
¿Escribe como quiere escribir? ¿Se ha visto impuesto por modas o condiciones?
Escribo mucho peor de lo que me gustaría; eso, para empezar. Sin embargo, voy aprendiendo y en veinte o veinticinco años espero hacerlo razonablemente bien.
Pero, desde luego, sí escribo cuando quiero, cuanto quiero, sobre lo que quiero. No sigo modas ni trato de hacer libros al hilo de los temas de actualidad porque lo encuentro estúpido. No acepto condiciones. Primero, escribo y, una vez terminado el original, busco editor para él. Siempre ha sido así... hasta ahora. Como decía al principio, he roto esa norma hace muy pocos meses y estoy escribiendo mi primera novela de encargo. Pero, vaya, las condiciones que me he dejado imponer se reducen al plazo de entrega, la extensión aproximada y haber tenido que enviar por adelantado un resumen y un capítulo de muestra. Ni siquiera pertenece al género que los editores me habían insinuado.
¿Hay tanta diferencia entre escribir para adultos y escribir para niños o adolescentes?
Entre escribir para adultos y escribir para adolescentes, la diferencia es muy poca. Como decía antes, fundamentalmente consiste en quitar el tocino y que las escenas de sexo queden razonablemente disimuladas (es que la mayoría de las grandes editoriales del sector son de curas y las que no lo son, lo parecen).
Cuando se escribe para niños, la cosa cambia. Con los de tercer ciclo de primaria (10-12 años) aún son útiles las armas propias del escritor. De ahí para abajo, la cosa se complica progresivamente. Y cuando se trata de dirigirse a niños pequeños, cambia muchísimo. Hacer un cuento para primerísimos lectores es harto complicado para quien no tiene facilidad natural. No digamos, cuando se trata de hacer cuentos para niños aún más pequeños, de esos cuentos que los padres les leen a sus hijos a la hora de dormir. No tiene nada, pero nada que ver con los libros de adultos y son abundantísimos los casos de escritores consagrados que se han dado el batacazo intentando escribir un cuento infantil. La única verdadera ventaja de escribir para niños es que los originales son muy cortitos y se acaba pronto.
¿Se planteó alguna vez el éxito literario?
No por adelantado. Enseguida aprendí a no crearme expectativas ante la aparición de mis libros, sabiendo que el éxito suele llegar de modo inesperado. Pero una cierta dosis de éxito de cuando en cuando es indispensable para seguir adelante en una profesión como esta. Como decía Pilar Miró, esto se hace para que la gente te quiera. Y si no tienes la recompensa del reconocimiento de cuando en cuando, esta profesión no tiene ni la mitad de gracia.
Por supuesto, cuando el éxito ha llegado y, sobre todo, cuando me ha llegado de modo un tanto apabullante, como me ocurrió con Morirás en Chafarinas, le doy muchas vueltas: ¿Qué ha pasado? ¿Lo mereces? ¿Qué te va a exigir ese éxito en el futuro? Y más cosas.
En esta actualidad convulsa, según indican algunos índices de ventas, parece que los lectores se decantan por géneros que les llevan lejos del momento presente...¿puede ser la Literatura una huída de la realidad para el lector, o quizá una búsqueda de alternativas para seguir en ella?
Tengo el convencimiento de que la gente se acerca al arte, a las artes, en busca de lo extraordinario, nunca de lo vulgar, de lo corriente. Nadie va al cine para ver lo que se ve por la ventana de su casa. La gente va al cine o al teatro o lee un libro para asistir a un espectáculo extraordinario. Algo que la vida le niega. Todos los géneros literarios, todos, se apoyan en lo extraordinario. Incluso el realismo más feroz. Si la gente busca esa componente extraordinaria porque necesita huir de la realidad o porque quiere comprenderla mejor o por alguna otra razón, es algo que yo ignoro.
¿Cree que hay géneros más fáciles para el "consumo" de un lector? ¿Por qué? ¿Cuáles podrían ser?
Rotundamente, no. Vaya, salvo que consideremos la novelita de quiosco como un género literario propio. En todos los géneros literarios se puede ser desde lamentablemente pedestre a exquisitamente críptico, pasando por razonablemente asequible. Los géneros no tienen nada que ver ni con la calidad ni con la facilidad para su asimilación. En cierta ocasión, un conocido autor de novela fantástica defendía que la fantasía era "el género literario por excelencia, ya que también es por excelencia el territorio de la máxima imaginación". Le pregunté entonces si creía que sus novelas de ogros y dragones eran más imaginativas que las novelas de Sherlock Holmes y tuvo la desfachatez de responderme que sí. Casi llegamos a las manos.
¿Cree en la capacidad didáctica de la Literatura, es decir, en un supuesto "mensaje" de la obra de un escritor? ¿Escribe para el entretenimiento del lector?
Escribo para el entretenimiento del lector, sí. Para demostrarle al lector en potencia que la lectura puede ser tan atractiva como otras formas de ocio. Escribo intentando ganar lectores para la causa de la literatura. Esa es mi primera intención. Dicho esto, en casi todos mis libros necesito que haya algo más que una historia. No sé definirlo mejor, pero necesito que mis libros hablen de "algo". Tiene que haber "algo" que sustente la historia más allá de la mera sucesión de acontecimientos, del mero argumento.
Pero cuando pienso en una novela "con mensaje", pienso siempre en que su autor, con ese mensaje, está tratando de convencer a sus lectores de que piensen como él. De decirles qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. Ese tipo de autores a mí me parecen siempre sospechosos, cuando no peligrosos. Quiero que mis lectores -si lo desean- mediten sobre mis historias y mis personajes, que mis libros les ofrezcan algo sobre lo que pensar. Pero quiero que saquen sus propias conclusiones porque creo que uno de los principales valores de la literatura es su capacidad para crear inquietudes, sembrar la duda y desarrollar un criterio propio en los lectores.
¿Qué se plantea como escritor al construir sus libros, primero el tema, o la época, o se inclina por el personaje?
Esta es fácil. Durante muchos años, lo principal, la base de todo, era el tema, el argumento. En los últimos tiempos ha ido ganando importancia el personaje, los personajes. Y la época siempre me ha sido indiferente, aunque prefiero la contemporánea por comodidad. O sea, por vagancia. Requiere menos documentación. En ocasiones la elijo por capricho. A veces, ni siquiera tengo claro en qué época se desarrolla una determinada novela. Incluso me divierte crear anacronismos deliberados. La mayoría de mis libros escritos en colaboración con José Mª Almárcegui se desarrollan en los años '60 del siglo pasado, porque él lo prefiere así.
¿En qué medida se compagina la realidad y la imaginación en su obra?
Para no caer en una bronca como la que tuve con aquel autor, voy a suponer que me opones realidad a fantasía y no realidad a imaginación. Aclarado esto, la fantasía está presente en algunos de mis libros infantiles (no demasiados), en forma sobre todo, de personajes de índole fantástica (hadas, dragones, espectros...) pero prácticamente ausente en mis novelas para adolescentes y jóvenes, que se desarrollan básicamente sobre parámetros realistas y verosímiles pero, al mismo tiempo, están llenas de personajes y de acontecimientos extraordinarios, que no fantásticos.
¿Qué "ingredientes" debe tener una novela para niños / jóvenes?
Debe tener personajes atractivos, no necesariamente de la edad de los lectores. Debe contar una historia apasionante, con un trasfondo importante y poderoso que la sustente. Debe estar suficientemente documentada, no vaya a pensar el lector que lo tomas por tonto. Debe arrancar de un modo tal que ya desde la primera página el lector se sienta enganchado irremisiblemente y se rinda sin condiciones al engaño literario; debe continuar cada vez mejor, con más y más ingredientes de interés, servidos a un ritmo adecuado, ni lento ni atropellado, que impida al lector abandonar la lectura ni para ir a mear; debe terminar en el momento justo, de una forma sorprendente, redonda y contundente, respondiendo a todas las expectativas y abriendo nuevas posibilidades por si el lector quiere ir por su cuenta aún más allá.
Vamos, como cualquier otro libro.
Yo nunca lo he conseguido, pero estoy en ello.
¿De todas sus obras hay alguna o algunas por las que tenga una especial predilección? ¿Por qué?
Al terminar cada obra, siempre pienso que es la mejor que he escrito hasta entonces o, al menos, que es lo mejor que soy capaz de hacer en ese momento de mi vida. Luego, la marcha comercial y otras circunstancias, hacen que tenga predilección por ciertos títulos. Aunque tengo cuentos infantiles a los que les debo muchísimo, mis obras favoritas están entre las novelas juveniles.
Ya he contado que con "El zulo" me hice escritor. Gran parte de lo que soy se lo debo a "Morirás en Chafarinas". Me gustan especialmente las que he hecho a medias con otros amigos. "Hubo una vez otra guerra" con Luis Puente, creo que es mi novela de mayor altura literaria. "Los hijos del Trueno" creo que es el mejor argumento que me ha proporcionado José María Almárcegui. Redonda, divertida, cáustica y simbólica como ninguna. De las escritas en el último lustro me quedaría con dos: Una que se vende como churros y responde muy bien a la idea que tengo de lo que debe ser una novela juvenil: "La Tuneladora"; y otra que no vende ni un clavel pero a la que considero mi mejor novela de intriga: "La muerte del cisne".
¿Cuál es su percepción del tratamiento que se le brinda en España al género de la Literatura Infantil y Juvenil?
Yo creo que el principal error es el de hablar de "Literatura infantil y juvenil", como si fuera un conjunto. Me remito a lo dicho antes sobre la diferencia ente literatura infantil y novela juvenil. Pero, claro, comercialmente funciona de este modo. La mayoría de las editoriales del sector se mueven en ambos campos (y no lo hacen en el de la literatura general o de adultos) y, por tanto, la oferta en las librerías siempre está separada del resto. Mal asunto.
Dentro de la profesión, los autores del infantil y juvenil seguimos siendo considerados autores de segunda. Cualquier ciudadano que ha publicado una novela para mayores patrocinado por la Casa de Cultura de su pueblo, pasa de inmediato a mirar por encima del hombro a Agustín Fernández Paz (por mencionar a nuestro último Premio Nacional). El que tiene éxito, porque lo tiene. El que no vende nada, porque se considera un autor "de culto"; pero todos los escritores de adultos -hay escasas, honrosas excepciones- nos consideran unos pelagatos. Todos creen que, si se lo propusieran, escribirían cuentos y novelas juveniles magníficos. Pero, claro, no van a rebajarse de esa manera. Ellos son autores serios.
Los adolescentes son nuestros futuros adultos, por eso nos interesa su formación, indudablemente... ¿los héroes literarios cree que hoy son todavía modelos de comportamiento y de formación de carácter?
La verdad es que no creo que los héroes literarios hayan sido nunca modelos de comportamiento o de formación del carácter de las personas. Ni siquiera Sancho o Quijote. No digamos Sandokán o Holmes o tantos otros. Y si lo son en alguna medida, creo que los actuales son tan válidos como los clásicos. Potter, ya que hablábamos antes de él, tiene todos los rasgos del héroe literario de toda la vida.
¿Cómo han cambiado los héroes literarios en la vida que toca vivir hoy?
Insisto: Creo que las características que hacen a un personaje atractivo para los lectores y que le acercan al patrón de héroe y modelo, no han cambiado en absoluto. Solo estéticamente hay diferencias, como es lógico. Hay quien dice que ahora los malvados les ganan la partida a los héroes "buenos" en las preferencias de los lectores. Quien eso dice, no tiene ni idea. Basta echar un vistazo a la historia de la literatura (o del cine) para comprobar que las cosas han sido siempre más o menos igual.
¿Cómo influye la escuela / el colegio a la hora de formar jóvenes lectores?
En la escuela -la enseñanza Primaria- se da suficiente importancia a la lectura, lo cual, ya he dicho, supongo que es un buen elemento educativo. Por desgracia, los chavales ahora salen del colegio a los once años y la etapa crítica de la primera adolescencia (incluida en ella la posibilidad de que se aficionen a la lectura) se vive en el instituto, en el primer ciclo de Secundaria. Ahí, los profesores lo van haciendo cada vez mejor, actuando con la lectura de manera muy parecida a la escuela primaria, pero ha habido años muy malos cuando se implantó el actual sistema. Al menos para este tema, sería mucho mejor que los chicos, como ocurría antes, permaneciesen en la escuela hasta los 13 años y pasasen al instituto a los 14. En todo caso, la responsabilidad de los profesores en este asunto está muy clara: Tienen que elegir muy bien los libros recomendados. La lectura no es un hábito. Es una afición. Para aficionarse, los adolescentes deben leer libros buenos que, además, les sean atractivos. No me sirve el libro fácil y atractivo pero carente de calidad ni el libro de gran calidad pero poco atractivo para ellos. Cuando sean lectores ya elegirán por sí mismos pero, a la hora de intentar que se aficionen a la lectura, hay que ser escrupuloso e inteligente en la selección de obras. Es una enorme responsabilidad.
¿Un niño adquiere su primer hábito de lectura en la familia?
Como acabo de decir, la lectura no es un hábito sino una afición. Un hábito es lavarse los dientes cada día. A nadie le entusiasma, pero hay que acostumbrarse. A la lectura, al cine, a la música... hay que aficionarse. Casi nadie se aficiona a la música escuchando una ópera a diario. Lo más probable es que, al contrario, la aborrezca pronto. Con la lectura pasa lo mismo. No se trata de acostumbrarse a leer sino de aficionarse a leer. Y uno se aficiona a leer leyendo buenos libros que, además, le resulten atractivos.
Esto aparte, todos damos por sentado que en una casa donde hay muchos libros, donde se aprecian los libros, donde los padres se muestran a sus hijos con frecuencia leyendo libros, probablemente es más fácil que los hijos se aficionen a la lectura que en un hogar donde ocurre todo lo contrario. Pero en este caso, las excepciones son abundantes. No hay que olvidar que los niños, y especialmente los adolescentes, son especialistas en llevar la contraria, así que no es raro que hagan lo contrario de lo que ven en su casa. Solo por fastidiar.
¿Cómo influye la televisión en la creación de modelos de lectura?
No se me había ocurrido pensar que la televisión tenga ninguna influencia, ni para bien ni para mal, sobre los modelos de lectura. Todavía hay gente que piensa que en España se lee poco por culpa de la televisión. Me parece de una ingenuidad enternecedora. Si la televisión ha influido algo en nuestra afición a la lectura, seguramente ha sido para bien.
¿Qué autores clásicos recomendaría ud. para su lectura por parte de los adolescentes de hoy?
Pasada la época de las "versiones adaptadas", lo cierto es que la mayoría de los llamados "clásicos juveniles" (no digamos, los clásicos-clásicos) resultan infumables para los adolescentes y escasamente apropiados para cultivar la afición a la lectura. Yo salvaría algunas de las novelas de Julio Verne y la mayoría de las novelas de Emilio Salgari, especialmente, las historias de Sandokán y compañía. Un prodigio injustamente olvidado.
Muchas de las lecturas de nuestra infancia eran versiones de clásicos creados para adultos, y sin embargo fueron decisivas para varias generaciones. ¿Cree que hoy esos clásicos siguen siendo tan necesarios?
Ya digo que la época de las versiones pasó a la historia. Podían cumplir la condición de resultar atractivas, pero su calidad dejaba mucho que desear. "Los tres mosqueteros" en ciento veinte páginas ni son los tres mosqueteros ni es nada. Hoy en día hay abundantísimos recambios mejores para esas novelas versionadas. Uno de los grandes problemas de la literatura actual, el exceso de publicaciones, tiene también su parte buena: Hay muchísimo donde elegir.
¿Cree que el cine ha favorecido o ha condicionado la divulgación de la Literatura juvenil?
La relación del cine con la literatura es muy conocida. Lo más habitual es la adaptación al cine de libros de gran éxito. Ahí, el principal beneficiado es el cine, aunque hay una realimentación mutua que también favorece al libro. A veces, una película de cierto éxito atrae la atención sobre un libro que estaba pasando desapercibido. En el caso de la literatura juvenil ocurre lo mismo, aunque quizá ejemplos de lo segundo, en que el cine haya ayudado significativamente a un libro bueno pero poco conocido, sean muy escasos.
En nuestro país la adaptación al cine de obras infantiles y juveniles es escasísima. Entre los compañeros de profesión sigo siendo el único al que le han llevado al cine una novela en una película realmente comercial. Y no olvidemos que "Morirás en Chafarinas", en realidad, era una película para mayores.
Emergen nuevos soportes de comunicación que entre los públicos jóvenes tienen un recorrido más apto, por la natural necesidad de innovación de los jóvenes... ¿las nuevas tecnologías permiten el fomento de la lectura o la solapan?
Yo creo que la afición a la lectura no es independiente de los soportes que se utilicen. No hay que olvidar que la lectura es una afición minoritaria en relación a la música, el cine, el deporte o, incluso, otras formas de ocio como los videojuegos. Eso supone una mayor resistencia a los cambios. Por un lado, el mercado de la lectura es menos atractivo para las grandes corporaciones, ya que tiene una dimensión menor. Por otro, el lector es más elitista, se considera parte de un "club" más selecto que el de los aficionados al fútbol o al cine y, por tanto, es más reacio a cambiar sus señas de identidad. Una de las señas de identidad de los aficionados a la lectura es el libro en papel. El libro electrónico presenta algunas grandes ventajas pero, en conjunto, resulta mucho menos atractivo. Carece de encanto. Leer sobre papel te hace sentirte parte de una especie de sociedad secreta. No hay verdaderamente un deseo de innovación permanente, de estar a la última, como en otros campos. Para la mayoría de los lectores, el libro de papel es el soporte perfecto e inmejorable.
¿Recibe comunicaciones de sus lectores? ¿Le han dado ideas para sus novelas?
Casi todos los días recibo correos electrónicos de lectores y, de cuando en cuando, incluso alguna carta en papel. Las respondo todas, por supuesto. Pero no, nunca me han dado una buena idea para un libro. Tampoco mis hijas. Hay compañeros que aseguran que sí, que sus hijos han sido fuente de inspiración. Yo he mantenido y mantengo a la familia muy al margen de las historias que escribo.
¿Qué cree usted que busca el adolescente cuando se acerca a una de sus novelas?
Pues yo espero que busque pasarlo bien, sorprenderse, aprender alguna cosilla que no supiera, divertirse... vaya, lo que todo lector pretende de la lectura: jugar al juego literario con el autor. Cuando aciertas con el libro elegido es muy, muy satisfactorio, aunque muchos no lo crean.
¿Qué busca en sus obras: calidad literaria o rapidez en la comunicación?
La calidad, para mí, es irrenunciable. Eso no quiere decir que mis libros sean de gran calidad. Quiere decir que no me conformo más que con hacerlo todo lo bien que soy capaz en cada momento. El "enganchar" al lector desde la primera página y llevarlo conmigo a donde quiero también me obsesiona, pero algo menos. Si he de sacrificar algo, sacrifico esto segundo.
¿En qué proyecto está trabajando ahora? - Su próxima novela...
En esa novela de encargo de la que hablaba al principio. Si todo va bien, saldrá a la venta la próxima primavera, para el 23 de abril, digo yo. Es una policíaca con algunos elementos inquietantes o inexplicables. Para ser de encargo, me gusta cómo está quedando. Pero esto de trabajar contra reloj, me mata. No lo haré más. ¡Ah! Se titula "El círculo hermético" y, como muchas otras de las mías, parte de una idea de José Mª Almárcegui. ¿La siguiente? Ya veremos. Tengo dos o tres cosas a medias pero quizá me decida por empezar con una historia nueva, a la que llevo años dándole vueltas, que se desarrolla en la II Guerra Mundial. Y esta vez, sin ningún editor pinchándome en el culo.
¿Desde el punto de vista editorial, ¿cree que favorece a las ventas resaltar la parte de misterio de la novela, o mejor la parte de historia?
Yo creo que no hay nada más atractivo que lo misterioso y nada más satisfactorio que resolver un misterio. Si debo cargar las tintas en algo, las cargo en el misterio, sin duda. Pero aquí también es muy fácil ser tramposo.
¿Cuál es el primer libro que le regaló a su hijo/a o sobrino/a
Yo siempre regalo libros, así que empiezo por esos de plástico o de esponja que se usan en la bañera. Luego, cuando empiezan a leer, la oferta es muy amplia y aumenta continuamente pero uno que siempre cae, tarde o temprano es "El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza". A ciertas edades, lo escatológico es infalible.
Una frase para definirle un libro a un niño/adolescente:
"Lo que vas a presumir cuando tus amigos te vean con ese libro debajo del brazo, chaval"